Capítulo IV. En la narración que hago de aquella visita al Carmelo, me acuerdo...aquel día me preguntaba a mi misma que nombre me pondrían mas tarde. Sabía que existia una Sor Teresa de Jesús; sin embargo, no podía renunciar a mi hermoso nombre de Teresa. De pronto pensé en el Niño Jesús, a quien tanto amaba, y me dije:¡Oh que feliz sería si pudiera llamarme Teresita del Niño Jesús!Pero me guardé muy bien de expresar este deseo...¿Cuál no sería mi alegría al oir que la Madre Priora me decía en el curso de la conversación: Cuando vengas con nosotras. querida hijita, se llamará Teresita del Niño Jesús? Esta feliz coincidencia de ideas me pareció una delicadeza de mi amadísimo Niño Jesús.
Capítulo VIII. Llego el tiempo de mi toma de hábito(10 de enero de 1889)...deseaba que la naruraleza vistiera como yo de blanco el día de mi toma de hábito; pero perdí toda esperanza de que así fuera, pues la temperatura era tan templada la víspera, que podía creerse uno en primavera. El día 10 amaneció lo mismo; renuncié, pues, a aquel irrealizable deseoinfantil y salí del convento. Al volver a entrar en el convento, después de terminada la ceremonia exterior.. al poner un pie en la clausura mi primera mirada fue a mi lindo Niño Jesús, que me sonreía rodeado de flores y luces(*). Volvíme luego hacia el patio y lo vi completamente cubierto de nieve. ¡ Oh suave fineza de Jesús, que colmando todos los deseos de su pequeña desposadale daba nieve! ¿Qué mortal por muy poderoso que sea es capaz de hacer caer del cielo un solo copo de nieve para embelesar a su amada?. (* Hasta su muerte Santa Teresa estuvo encargada de adornar aquella estatua del Niño Jesús).
Santa Teresa no dice, que el éxito de una vida no consiste en la iportancia, ni en el exito de las obras que habremos realizado sino en el valor del amor con el que nos habremos entregado a todas esas actividades. A los ojos del mundo la pequeña carmelita de Lisieux no hizo gran cosa en el interior de los muros de su pequeño monasterio. Sin embargo ella puso mucho amor en hacer los servicios que se le pedían: barrer las celdas, confección de imágenes, composición de poemas, redacción de sus recuerdos de infancia, etc. En vez de ponerse triste por no entregarse a actividades más brillantes, Sta. Teresa se maravillaba pensando que el Señor se complacía en recibir día tras día, segundo tras segundo, todos sus actos de amor.